Enrique Cacicedo Cadelo

Ingeniero en Informática por la Universidad de Deusto, MBA por la Escuela Europea de Negocios-ESEUNE y Consejero Acreditado por el Instituto de Gobernanza Empresarial.

Con 13 años tuve mi primer empleo remunerado. Era ilegal, pero ya ha prescrito. Se trataba de un trabajo de verano, en principio para un mes, lavando platos en un restaurante de fast-food de la época. Duré tres días. Lo que tardé en saturarme y mandarle al carajo (es un eufemismo) a la dueña. Una señora alemana que, en un español deplorable, no hacía más que gritarme porque gastaba mucha agua y jabón en mi afán de tener la vajilla como los chorros del oro. No me gritaba solo a mí, lo hacía con todos, pero supongo que yo era el único con la suficiente inconsciencia como para declararme en rebelión.

Unos años más tarde, ya con 17 y a punto de comenzar mis estudios universitarios, me emplee en un almacén de productos de droguería y perfumería. Me encargaba de recoger la basura, barrer el almacén, descargar camiones, cargar las furgonetas de reparto y empaquetar pedidos como un poseso. Un perfil de propósito general. De acuerdo a los usos y costumbres de estos casos, cobraba en negro. Aquí duré más, estuve cuatro años, hasta que un incendio, aparentemente fortuito, destrozo el edificio. Supongo que el mantener el puesto tenía que ver con mi sensación, ya desarrollada, de que el dinero que me pagaban me venía bien para mis vicios, una visión totalmente utilitarista del trabajo. Yo creo que mi encargado tenía muy buena opinión de mi desempeño, aunque nunca me lo dijo claramente.

En una ocasión, mientras charlaba con mis compañeros en el tiempo del bocadillo, supe que era el que menos ganaba del almacén, no me hizo ninguna gracia. Siempre había una tensión contenida, con picos de crispación que se disparaban cuando el responsable subía el volumen de voz para reclamar más ritmo en la preparación de los pedidos. La sensación general entre los empleados era de aceptación del trabajo como castigo divino, y de la obligación de trabajar día a día sin más sentido que el de ganarse el jornal.

Como es de suponer, mis conocimientos de empresa en esos tiempos eran nulos, pero debe ser verdad que lo que aprendes a cierta edad te marca para siempre. A mí al menos se me quedaron grabadas algunas sensaciones que posteriormente me han valido para entender ideas del funcionamiento de las organizaciones: la importancia de la formación, de la organización del trabajo, de la productividad. También se me quedó la idea de lo incomodo que era trabajar con mal rollito, esto me enteré después que tenía que ver con la misión, la cultura, el clima y la dirección de equipos y personas. Capítulo aparte ha sido el tema de la pasta, eso de que siendo un perfil polivalente y con flexibilidad funcional fuese el peor pagado todavía me tiene aturdido; aunque con el tiempo he entendido que tiene que ver con la discriminación salarial.

Llevo más de treinta y cinco años dedicado profesionalmente a la gestión, ocupando puestos por todo el escalafón de responsabilidad, desde cuadro intermedio a direcciones de proyectos, funcionales, de área o de dirección general. Nunca he hablado de mis experiencias de juventud con ningún psicoanalista. A lo más que he llegado es a comentarlo en charlas informales con unos amigos argentinos, que siempre aportan valor en estos casos. Pero pienso que debería haber recabado ayuda profesional, porque a lo largo de mi carrera esas imágenes, con otros nombres, en otros contextos, tienden a aparecer de forma recurrente.

Posiblemente hay miles de libros publicados sobre management. Es difícil pensar que no esté todo dicho sobre las buenas prácticas de liderazgo y gestión. Los gestores leen, y aparentemente mucho. Según alguna encuesta publicada en EE.UU., los CEO’s americanos devoran del orden de 50/60 libros al año, cabe pensar que buena parte de ellos serán de filosofía, economía y empresa. Así que de cultura de gestión tenemos que ir sobrados. Y sin embargo tengo la sensación de que seguimos encontrándonos con errores y problemas a veces muy simples y muy antiguos en el día a día.

Soy un apasionado de la gestión. Y un convencido de las bondades de la dirección transitoria y por proyectos. Me gusta colaborar con compañías honestas, centradas en los clientes y las personas, con cultura orientada a la excelencia, trabajo en equipo, aceptación de la diversidad y apalancadas en la innovación y la pasión por emprender.

Me creo absolutamente que el conocimiento no es un recurso, si no el recurso. Y que la transformación digital supondrá un cambio radical en las compañías, en cuanto entendamos que el cambio va, a partes iguales, de tecnología y personas al servicio de una nueva estrategia.

Seguramente sobre estos temas está todo dicho, pero me he tomado el atrevimiento de sobrecargar la literatura ya existente con las entradas de este blog. Son reflexiones sin duda modestas, pero sacadas todas ellas de experiencias vividas. Como en las pelis más emotivas, están basadas en hechos reales. Este es probablemente su único valor añadido. Espero que resulten de algún interés. Y sobre todo que sirvan de base para el debate.

Enrique Cacicedo Cadelo

Interim Manager